La llamada capital del mundo desde sus inicios a la
llegada de colonos británicos siempre ha sido la ciudad de las oportunidades,
de la mezcla de razas, de intereses y de cultura. Cuando los músicos y artistas
cubanos abandonaron la Isla a la llegada del comunismo encontraron en esta
metrópolis una segunda oportunidad, la mayoría nunca regresó a su amada Cuba,
pero se hicieron sentir ante la multicultura nuevayorkina.
Los años 50`s y
las noches del Palladium fueron el laboratorio donde se creó el nuevo sonido de
la música caribeña, la misma que se exportó a través de los radios de onda
corta, que se comercializó a través de los discos de acetato y las revistas y
se expandió con notable consideración a través del milagro de la televisión.
Lo venido de
África en tiempo musical y con madera y cueros apretados, significa para muchos
tribal, para otros magia; es así, para nosotros lo afrocaribeño es mágico, la
música que despide el Caribe en tiempo de guaguancó, bomba, plena, son,
guajira, etcétera, es mágico, elimina barreras culturales y no cree en colores
de piel. Lo que se da en el Caribe llama a la alquimia se sonidos y es así como
gracias a la genialidad y al talento se fue gestando un patrón, se fue
moldeando un sonido, fueron naciendo ideas, se fusionaron ritmos y nacieron
nuevas estrellas. Eran tiempos incipientes para figuras que en el futuro serían
las columnas monolíticas donde reposan las grandes obras musicales de los
últimos 50 años; Eddie y Charlie Palmieri, Johnny Pacheco, Joe Cuba, Richie Ray
y Bobby Cruz, Mongo Santamaría, Ray Barretto fueron los pioneros de ese sonido.
Nace un sonido
El jazz marcó la
pauta, nacido de negros igual que el son, parieron lo novedoso, eso que
descubrió Mario Bauzá y su ingenio, logró los primeros pasos del jazz
afrocubano (eso que hoy día a través de la lógica evolución llamamos
comercialmente latin jazz). Pero
ahora corren los años 60’s y los inquietos músicos nacidos en las Antillas
caribeñas residentes en Nueva York buscan algo más, algo que vaya más allá de
las grandes conformaciones orquestales charangueras repletas de violines y las
big band al estilo Machito y Tito Puente, van más hacia el compacto esquema
musical de Tito Rodríguez, reducida sección de metales conformada por trompetas
y saxo sobre una base rítmica y melódica muy sencilla.
Por si fuera poco la
Guerra Fría y los sonidos anglosajones y sencillos del rock and roll invaden el
gusto juvenil, esos mismos que en los 40`s eran unos bebés ya en los 60`s
tienen sus propios gustos, les aburre bailar esa música exótica venida de las
islas del Mar Caribe, quieren agrupaciones más pequeñas que canten en su propio
idioma y es así como nuevamente nuestra música caribeña sufre una derrota en
suelo extranjero; el golpe final: la llegada de los Cuatro de Liverpool, The
Beatles, la banda de rock que cambió el curso de la historia para bien de la
música universal.
Como cosa
curiosa, las figuras melódicas de la música caribeña ya comenzaban a ser
incorporadas por las bandas de rock and roll a sus temas, estas pequeñas
agrupaciones de apenas 4 ó 5 integrantes revolucionaban las salas de baile y
hacían desplazar a las big band (quizás uno de los que más tiempo sobrevivió
fue Tito Rodríguez, quien desde el principio utilizó como ya dijimos, un
formato musical reducido pero con mucho sabor).
A Tito le siguió
en el ejemplo José Calderón, quien con el nombre artístico de Joe Cuba y su
Sexteto, a finales de los años cincuenta se fue adelantando a lo que venía y
como un profeta supo que la música anglo ganaba terreno y sin pensarlo mucho
incorporó nuevos arreglos, aparte de coros y giros en spanglish para llegarle a
la juventud. Se puede considerar que el experimento de Joe Cuba sentó las bases
de lo que luego sería un nuevo matrimonio entre lo estadounidense y lo
caribeño: el bogalóo.
Bogalóo: sencillo, práctico y efímero
Ciertamente
resultó pegajoso, un bálsamo para oídos ávidos de ritmos nuevos, una manera de
confrontar la invasión anglosajona que representaron los Beatles y sus descarados
imitadores (algunos buenos, otros para el olvido). Pues eso resultó ser el
bogalóo, un experimento musical al que los productores recurrieron y abrazaron
como una alternativa para repuntar las ventas de las disqueras.
Pero no todo
fue tan básico para el bogalóo, creación que algunos ortodoxos de la música
califican como una acomodaticia manera de tocar rock and roll con congas y
trompetas (y una asincopada pandereta) con letras escuetas carentes de lírica y
coros y aplausos repetitivos, vayamos más allá, porque música que hacían Richie
Ray y su Orquesta (nacida en 1964) fue más curiosa y atrevida que la de Pete
Rodríguez y su Micaela, una de esas intrépidas fusiones es el tema Iqui con Iqui de 1968, donde demuestran
la variedad rítmica que poseían estos noveles músicos.
Así es el Caribe
y su arte, llegan donde sea y no pueden pasar inadvertidos, somos así, la
sincopa va en nuestra sangre y llena de color los sentimientos de nuestra
cultura.
Texto: Lcdo. Héctor Henríquez
@hhenriquez71
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